lunes, 16 de mayo de 2011

La vida de un soldado

El Imperio Romano dependía de su fuerte y eficiente ejército, que llevaba adelante campañas proyectadas, defendiendo fronteras. A los chicos romanos se les enseñaba a luchar desde la infancia.

En la época del Imperio, la mayor parte de los soldados eran voluntarios. Se incorporaban al ejército porque ese era su deseo, no porque fuese su obligación. Para ser legionario había que tener la ciudadanía romana y medir de talla, como mínimo, un metro setenta y cuatro centímetros. Cuando un joven era aceptado como legionario se le enviaba a un campamento. Aquí aprendía a nadar, a montar a caballo, a combatir, recibía la instrucción militar y se le habituaba a las marchas. En tiempos de guerra, el soldado acampaba, hacía largas marchas, participaba en terribles batallas y se dedicaba al saqueo. Además de luchar, los soldados tenían que construir puentes, hacer fortificaciones, reparar carreteras e incluso sembrar campos.

Yendo de marcha, un legionario llegaba a cubrir marchas de 30 kilometros por día, o más. Llevaba consigo grano suficiente para quince días, un capazo, un pico, un hacha, una sierra, un recipiete de cocina, dos estacas para la empalizada del campamento, su armadura y sus armas. Las tiendas del ejército y otras armas, como las empleadas en los asedios, eran transportadas en centenares de bestias de carga.

Autora: Paula

1 comentario:

  1. esta muy bien explicado y yo he coguido algunos pequellos apuntes.Muy bien Paula seguir así...
    LUCÍA ORTIGOSA

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