martes, 17 de mayo de 2011

¿Culpable o inocente?

En Roma los incendios fueron siempre una plaga constante, debido a las características de la construcción con madera, la superpoblación de ciertos barrios y los eternos descuidos. Pero lo cierto es que ninguno fue tan atroz como el que devastó la ciudad en el año 64. La capital contaba desde los tiempos de Augusto con un cuerpo de bomberos, pero no fue suficiente. Por otra parte, no era infrecuente que fallara el equipamiento. Plinio el Joven, por ejemplo, a comienzos del siglo II d.C., se quejaba en sus cartas de que en los lugares públicos no había nunca una bomba, un cubo ni tampoco un útil para detener los incendios.
El incendio se inició por la zona del Circo Máximo un caluroso 18 de julio, cuando Nerón se encontraba en su residencia de Anzio. Se desplazó a Roma días después y cantó exaltado el incendio de la ciudad de Troya, origen mítico de su propia familia. Tras casi diez días, ya que el fuego se reavivó cuando parecía extinguido, tres de las catorce regiones en las que Roma se dividía quedaron destruidas, y ninguna se libró de sufrir enormes daños. Ni siquiera el palacio imperial.
En la ciudad corrió rápidamente el rumor de que el incendió había sido provocado a instancias del propio emperador, sospecha que siempre ha planeado sobre el asunto. Relata Tácito que la culpa del incendio de Roma recayó en los cristianos, tenidos por miembros de una secta judía


Autora: Lucía

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